El mundo de la fe—un
mundo de lo absurdo. Es pues la fe algo temible porque nos pide que hagamos lo
que parece irracional, o sea, no vale los racionamientos humanos para
justificar lo que nos pide.
El mundo de la fe es
una ruptura de lo ordinario, de lo natural y predecible para entrar al mundo de
lo extraordinario, de la aventura y el asombro. Es entrar a la dimensión de lo
posible porque no está sujeto a las limitaciones de lo finito.
Esta dimensión de la fe
la vemos en el relato bíblico del sacrificio de Isaac por su padre Abraham
ordenado por Dios. En esencia, Dios está pidiendo algo que visto desde el punto
de vista humano, no tiene base ética. Aquí vemos, como nos dice Kierkegaard,
una suspensión teleológica de lo ético.[1]
El relato bíblico nos
dice: Y dijo [Dios]: “Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, vete a
tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo
te diré” (Gén. 22:2).
Abraham tiene que elegir
si cree a Dios o se deja llevar por su sentido ético para tomar una decisión
racional. En su decisión tiene que actuar en su libre albedrio—tiene que elegir.
Si él se hubiera limitado a su mundo, o sea, a su sentido ético, no hubiera
entrado en el mundo de lo divino, el mundo de la creencia donde todo es posible
porque hemos entrado al ámbito de lo sobrenatural. Donde no hay límites, ni hay
dimensión que confine la fe a lo imposible.
El mismo Dios pregunta,
“¿Hay para Dios alguna cosa difícil?” (Gén. 18:14). El ángel Gabriel le declara
a María “… porque nada hay imposible para Dios” (Lc. 1:37). Nada es imposible
ya que todo es posible para Dios. Jesús declaró, “Lo que es imposible para los
hombres, es posible para Dios” (Lc. 18:27).
En el relato no vemos a
Abraham cuestionando a Dios. Dios le da las instrucciones de lo que tiene que
hacer “[y] Abraham se levantó muy de mañana…” a llevar acabo lo que Dios le
dijo. No se desvió del camino que lo llevaba a lo absurdo, sino que “… se
levantó, y fue al lugar que Dios le dijo” (v. 3). Esto es obediencia.
No hay nada necesario
que nos de la base para creer, porque la fe es algo absurdo donde lo pasado no
tiene relevancia, todo puede ser cambiado; todo puede ser transformado a una
realidad que ya no consiste de medidas algunas ni de cálculos. Nada es reducido
a una figura; sino que consiste de una realidad trascendente donde Dios es el
que nos hace ver lo posible. Nada es mecánico ni determinado, todo es una
aventura en el “mundo” de la realidad divina. Pablo exhorta a la iglesia de
Corinto, “… no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven;
pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas”
(2 Cor. 4:18).
Este relato bíblico
reta todas nuestras presuposiciones humanas. ¿Cómo explicamos lo que le dice
Abraham a sus siervos? Él les dice que van a adorar y luego vuelven (v. 5). ¿Volveremos
o volveré? ¿Está mintiendo Abraham o se está engañando? Hay que mirar esta
paradoja desde el punto de la fe que trasciende explicaciones y evidencia. Abraham
estaba pensando que Dios iba a obrar de una manera u otra (Heb. 11:19). Su fe actuó—tomó acción. El creyó, pero a la
misma vez actuó en llevar a cabo las instrucciones que Dios le dio. Abraham
creyó a Dios (Stg. 2:23) y pudo decir “volveremos”.
Roberto Rodríguez Núñez
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