Thursday, October 9, 2014

Cuatro principios para una vida abundante

Introducción
En el siguiente ensayo me propongo presentar cuatro principios que encontramos en la parábola del hijo pródigo (Lucas 15:11-32).  Cuatro principios que Jesucristo enseñó los cuales creo que podemos aplicar para vivir una vida mejor.  Los cuatro principios son:
·         Honrar a Dios y a nuestros padres en todo
·         Ayudar al prójimo
·         Buscar la excelencia en todo
·         Crecer espiritualmente y prosperar  - leer 3ra de Juan
La parábola presenta tres personajes que tienen un papel muy importante en la historia, el Padre, el hijo mayor, y el hijo menor.  La historia empieza con el hijo menor.  El parece que no tenía satisfacción en la casa de su Padre.  ¿No sucede así con nuestros hijos?  Aun cuando lo tienen todo en casa, les llega una insatisfacción a sus vidas y quieren independizarse.  Esto fue precisamente lo que le sucedió al hijo menor.  Él le dice al Padre, “Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde…”  el Padre no le pregunta por qué quiere los bienes cuando aún no era el tiempo.  El relato bíblico dice, “…y él les repartió los bienes.”    El joven, “no muchos días después, juntándolo todo…se fue a una provincia apartada; y allí desperdicio sus bienes viviendo perdidamente.”
I.            Honrar a Dios y nuestros padres en todo
El hijo menor violó el primer principio; no honró a su padre ni honró a Dios.  El no honró a su padre al pedirle prematuramente la herencia.  Al hacer esto, manifestaba desdén y falta de respeto hacia su padre.  La herencia se daba al morir el padre, no antes.  Al pedirle la herencia, manifestaba su condición de rebelión.  La palabra de Dios no manda a honrar a Dios (Sal. 50:23; 96; 8) y también a nuestros padres (Ex. 20:12; Deut. 5:16; Ef. 6:2); de hecho, este el cuarto mandamiento con promesa.  En el contexto bíblico, la honra conlleva amar; o sea, conlleva amor, pero va más allá.  El amor se expresa mejor cuando respetamos a nuestros padres y así los honramos.  El apóstol Pablo dice, “Hijos, obedeced en el Señor a vuestros padres, porque esto es justo. Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa; para que te vaya bien (énfasis mío), y seas de larga vida sobre la tierra" (Efesios 6:1-3).  El hijo menor deshonró a su padre al abandonar su casa por ir en busca de una vida ilusoria que al fin le trajo la ruina.  El salió de su casa en busca de la satisfacción hedonista que aparentemente no tenía en su casa.  
Al fin de su búsqueda encontró que el hogar que había abandonado contenía en abundancia la fuente de su satisfacción.  Cuando el salió de su hogar, él pensó que sabía a donde iba, pero en si no sabía que iba rumbo al fracaso.  Él no sabía que la decisión que tomó de dejar su hogar lo iba a dejar literalmente en la calle y lo convertiría en un mendigo.  Como no honró a su padre, no le fue bien en su búsqueda.  El sabio advierte, “Hay camino que al hombre le parece derecho;  Pero su fin es camino de muerte” (Prov. 14:12).  El joven emprendió una búsqueda fútil y sin rumbo.
El relato bíblico continua diciendo, “…y cuando todo lo hubo malgastado, vino una hambre en aquella provincia, y comenzó a faltarle.”  Todos los bienes que el joven poseía fueron despilfarrados y se quedó sin un centavo.  Fue en esta condición cuando “…uno de los ciudadanos de aquella tierra le brinda apacentar cerdos.”  ¡Que ironía! Lo tenía todo en la casa de su padre y aquí está en necesidad.  Él tuvo hambre y quiso “llenar su vientre de las algarrobas que comían los cerdos, pero nadie le daba.”  Al darse cuenta de su estado miserable, volvió en sí, y dijo, ¡Cuantos jornaleros en casa de mi padre tienen abundancia de pan, y yo aquí parezco de hambre!”  Después que sale de la casa de su padre y sufre de hambre entonces se da cuenta que en la casa de su padre hay abundancia de pan.  Fue entonces cuando decide volver a su casa.  “La experiencia enseña eficazmente, pero brutalmente,” comenta Bastiat, “Nos instruye en todos los efectos de un acto haciéndonos sentirlos, y no podemos dejar de aprender con el tiempo, de haber sido quemados nosotros mismos, que el fuego quema.[1]  El hijo menor no consideró a su padre en la decisión irracional que tomó, sino que se aferra a su decisión pueril y se lanza sin saber lo que le espera. 
El hijo mayor también violó este principio; primeramente, cuando su hermano regresó; él no quiso entrar en la casa.  Se quedó afuera y llamó a uno de los criados para preguntarle qué era lo que sucedía en la casa de su padre.  Cuando el criado le dijo lo que sucedía, él se enojó y no quiso entrar en la casa.  Su padre tuvo que salir y rogarle que entrara.  El hijo mayor aprovecha la oportunidad y recrimina a su padre y le juzga por haber recibido a su hermano en casa.  El esperaba un trato especial ya que como él dice, “He aquí, tantos años te sirvo, y jamás he desobedecido tu mandamiento y nunca me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos.  Pero cuando vino éste tu hijo que ha consumido tus bienes con prostitutas, has matado para él el ternero engordado” (Luc. 15:29).  Este es un ejemplo de una actitud, de por lo menos, un espíritu legalista.  A él no le importaba nada más que lo que a él le correspondía.  Aunque no abandonó su hogar como lo hizo su hermano menor, su estado personal estaba en peor condición.  Aunque se quedó en su hogar, el no supo desarrollar una relación personal con su padre.  Él le habló a su padre en un tono de arrogancia y justicia propia.  Obviamente, él no había conocido el amor ni el corazón del padre.  Él estaba lejos de su casa aunque se había quedado en ella.  Esto parece irónico, pero el no tuvo ni disfruto de la comunión con su padre.  Para poder disfrutar de las bendiciones de Dios, tenemos que estar en comunión diariamente con el Padre.
II.            Ayudar al prójimo
El segundo principio, ayudar al prójimo, fue violado cuando el hijo menor no ayudó a nadie cuando tenía los recursos necesarios para hacerlo.  El relato bíblico dice, “…allí desperdicio sus bienes viviendo perdidamente.”  El derrochó todo sin pensar en su prójimo.  Egoístamente malgastó sus recursos sin la mínima consideración de otros en necesidad.  Por esta razón fue que cuando tuvo necesidad, no hubo quien le ayudara.  El apóstol Pablo advirtió, “…todo lo que sembrare el hombre, esto segará” (Gál. 6:7).
Este principio era enseñado en la cultura judía desde temprana edad.  La ley mosaica hacía provisión para los pobres (Lev. 19:9, 10; 23:22; Deut. 24:19-22).  En el libro de Rut el capítulo 2 vemos este principio en práctica.  El capítulo nos presenta a Booz, como un “hombre rico de la familia de Elimelec.”  El parece haber conocido muy bien este principio.  En el capítulo 2:14-16 dice que él hizo provisión para la joven Moabita.  Jesús presenta este principio en el sermón del monte (véase Mt. 5:44) y Pablo se lo enseñó a la iglesia de Roma (Rom. 12:20).  Este es un principio universal.  Aun Salomón hace referencia de el en Proverbios 25:21.
Indefectiblemente, el hijo mayor también lo violó.  Dice el relato, “pero cuando vino este tu hijo…”  el no reconoció el hecho que hablaba despectivamente de su hermano.  Manifestó resentimiento, falta de amor, orgullo, odio, y falta de respeto; y aunque se quedó en casa, al hablar así manifestó su condición interior.  El hecho que nosotros estemos siempre en la iglesia no nos garantiza que somos más espirituales; no podemos ser hipócritas y despreciar a nuestro hermano tal como lo hizo el hijo mayor en la casa del padre.
  III.            Buscar la excelencia en todo
La biblia nos enseña a buscar cada día la excelencia de Dios.  El tercer principio, buscar la excelencia en todo, fue definitivamente violado por los dos hermanos.  Primero veamos como lo violó el menor.  El problema del hijo menor fue que por causa de la vida desenfrenada que vivió, la ruina le vino pronto.  El apóstol Pablo ensena que “la paga del pecado es muerte… (Rom. 6:2).  Él no se esforzó en vivir una vida de excelencia, sino de derroche y pecado.  Mas que se podía esperar de una vida en rebelión.  Su vida estaba en caos porque estaba viviendo en contra de los principios establecidos por Dios.
Aun su bienestar físico y paz interior desaparecieron por causa de su falta de no buscar lo que iba a traer honra a su padre, sino que vino a tener deshonra cuando la enviaron a apacentar cerdos; un indicio de su estado de vergüenza y degrado.  El apóstol Pablo exhorta a Timoteo, “esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús” (2 Tim 2:1).  Nosotros los padres exhortamos a nuestros hijos a que hagan lo que agrada a Dios; que mejoren en sus vidas, y que busquen las cosas que traen bendición a sus vidas, pero muchas veces ellos nos desobedecen y caen en la ruina por causa de su rebelión y desobediencia.  No se puede pretender que nuestras vidas den buen fruto cuando en si carecen de la vida espiritual que produce ese buen fruto que perdura.
El hijo mayor también falló en cumplir este principio.  La actitud negativa hacia su padre, como le habló como si estuviera hablándole a cualquiera; luego hacia su hermano, son indicios de que su vida era una de miseria.  Su vida estaba vacía y carecía de satisfacción con lo que tenía.  Por eso le demanda a su padre.  Él no había desarrollado una actitud de excelencia en todo lo que hacía.    
 IV.           Crecer espiritualmente y prosperar  - (leer 3 Jn.)
El cuarto y último principio, crecer espiritualmente y prosperar, fue violado por ambos hijos.  El hijo menor se quedó arruinado y su vida estaba seca.  Este principio esta intrínsecamente vinculado con el principio de la mayordomía.  El rey Salomón da abundantes consejos sobre este principio el libro de Proverbios.  También es enseñado en la mayordomía bíblica.  El no supo manejar los bienes que su padre le había puesto a su disposición.  Se encontraba desprovisto de bienes y hambriento; él estaba raquítico espiritualmente.  La condición de este joven es una de miseria espiritual.  Hay que aprender a manejar los bienes que Dios nos ha dado y no tengamos una mentalidad de mezquinos ni de  derroche.  El hijo mayor también estaba pobre en una casa de abundancia de pan.  Nunca tomó posesión de lo que el padre le había provisto.  Tenía una mentalidad de escasez y mediocridad.  Cuando él protesta, él padre le dice, “todo lo que tengo es tuyo”, pero este muchacho no supo cómo hacer suyo lo que el padre le tenía para él.      



[1] Frédéric Bastiat, The Economics of Freedom: What Your Professors Won’t Tell You (Arlington: Students for Liberty/ and the Atlas Economic Research Foundation; 1 edition (March 7, 2011), Kindle edition.

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