Thursday, October 16, 2014

Entre el bien y el mal

La primera pregunta hecha en la Biblia fue la que le hizo Dios a Caín  “… ¿Dónde está Abel tu hermano?, Y la segunda fue la que le hizo Caín a Dios con desdén, “él respondió: No sé. ¿Soy yo acaso guarda de mi hermano?” (Gén. 4:9). Esta pregunta es más que un monolito hermético, no se quedó plasmada en las páginas del Génesis como un testimonio del carácter de un hombre quien no se preocupó por su hermano. En sí su respuesta es una de desdén y despreocupación por su prójimo.

Cuando esto sucede, el principio de la alteridad (el otro) que el filósofo Emmanuel Lévinas enseña es violado. En Ética filosófica de Emmanuel Lévinas en obra Totalidad e infinito, Mario García  ha escrito una síntesis sobre esta filosofía del otro. Él dice:

Lévinas observa que los filósofos occidentales habían creado una filosofía preocupada por el ser (la esencia) e ignorando al otro (sujeto). Olvidaron el valor de la persona, sus sentimientos, su dignidad, etc. Sin embargo, nuestro autor advirtió que a causa de esta filosofía habíamos conseguido más aspectos negativos que positivos. Es decir nos condujeron a una sociedad donde lo más importante era el ser, el ego cartesiano y el ensimismamiento. Dicho de otra manera crearon un mundo con violencia, egoísmo, individualismo, donde el que sobrevive es el más fuerte, e ignoraron los aspectos básicos de carácter ético.[1]

El relato de Caín y Abel tiene una profundidad insólita. Nos hace cuestionar que implicaciones morales puede surgir de este mal. Tal parece que venció el mal sobre el bien y hubo una sublevación de lo malo contra lo bueno. Nos parece como una conquista del mal. Pone realmente en perspectiva la condición humana e ilustra el paralelismo que existe entre la realidad de la sociedad en que vivimos. Nuestra sociedad se ha desviado de los principios o valores judeo-cristianos y se ha abarrotado hacia una moral relativista donde cualquier cosa va; una sociedad más permisiva y pluralista que descuenta a Dios y agrede a su hermano sin justicia. Se ha olvidado del mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31). Bien advirtió José Martí, “Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en el alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que la justicia celeste la garantice.”[2]

¿Por qué Caín se erige como asesino de su hermano? ¿Cuáles son sus motivos inconscientes? ¿Carecía Caín de la inclinación de hacer el bien?  O sea, ¿no actuó de acuerdo al deber de hacer el bien?  Este es el principio que enseña Kant, que el deber es la fuerza motriz de nuestra moral. Por otra parte, Max Scheler postulaba que el hombre es formado y moldeado en su conducta y ser moral más, siguiendo el ejemplo que siguiendo normas.[3] El deber y el ejemplo son conceptos aprendidos en el desarrollo de la personalidad.  Si lo miramos de este punto, entonces  obviamente, podemos decir que hubo una falta fundamental en la formación moral de Caín.  ¿Podemos inferir que Caín no se le enseñó deberes y no hubo buenos ejemplos en su vida?
 
Cuando queremos explicar la falla en el carácter de Caín, según Kant y Scheler, podemos decir que el carecía de la inclinación de hacer el bien (Kant) o que carecía de ejemplos que formaran su carácter (Scheler). Si es así, Caín actuaba de acuerdo a un instinto egoísta que lo movía a obtener lo que quería sin impórtale como. Si este fuera el caso, Dios no podía juzgarlo por el crimen que había cometido ya que nadie le enseñó el deber y ni le dio un ejemplo consecuente. Pero este no es el caso porque Caín, primeramente, cuando Dios le pregunta dónde está su hermano, su respuesta es una mentira ya que contestó, “No sé”.  Él sabía dónde estaba su hermano.  Luego al ser confrontado por Dios el reconoció su mal, “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser soportado” (Gén. 4:13). Juan en su primera carta nos dice que Caín “era del maligno” y “sus obras eran malas” (1 Juan 3:12) y Judas nos dice que era “corrupto” (Judas 11). Ambas condiciones son reflejos de su carácter malévolo. En su libre albedrío optó por seguir el camino que él quiso. Quiérase decir que el pecado en él era su señor. Dios le dijo, “el pecado está esperando el momento de dominarte[4] (Gen. 4:7).

La historia de Caín no nos habla de la condición moral de un hombre, sino de la condición moral de la humanidad en general. Esta historia implica la cuestión del lazo social que existe en el concepto mismo de “fraternidad”, o sea, de comunidad “fraternal”, que nos evoca la relación entre estos hermanos que son representativos de la relación existente de los seres humanos en sociedad. Nos presenta un nefasto acto singular en los albores de la humanidad. Un acto que se ha multiplicado geométricamente hasta formar un derramamiento de sangre inocente que nos hace cómplices y no está ajeno a la justicia de Dios. 

La historia evidencia esta condición interna del hombre que no se acata al mandamiento “no matarás” y actúa controlado por su concupiscencia en detrimento de toda la humanidad.  Llora el alma inocente al ver las injusticias perpetradas en contra del débil e indefenso. En nuestra historia contemporánea hay una gama de figuras que derramaron su sangre por amor y no como un acto criminal en contra de la humanidad. Figuras como José Martí, Gandhi, Martin Luther King, Jr., por mencionar algunos.  Los nombres llenan volúmenes. Más sobre todo este listado de mártires sacrificados en el altar del sacrificio por su hermano sobresale Jesucristo. El hombre inocente quien extendió sus brazos voluntariamente y abrió sus manos prodigas en un acto incomparable de amor y derramó sangre inocente que nos lava de la condición que roba la dignidad y atrofia la imagen de Dios en nosotros. Un acto de sacrificio que invirtió el logro del mal sobre el bien y vino a exaltar bien sobre el mal.   

El salmista implora a Dios, “Hazme justicia, oh Dios, y defiende mi causa contra una nación impía; líbrame del hombre engañoso e injusto” (Salmo 43:1).  La justicia ha dado su veredicto en contra de la humanidad culpable y el juicio se llevará a cabo en la corte suprema del gran Dios quien juzgara justamente.  El gran apóstol nos advierte, “…  el cual pagará a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia…” (Rom. 2:6-8). 




               [1] Mario García, “Ética filosófica de Emmanuel Lévinas en Obra Totalidad e Infinito,” Monografias.com, 30 de abril de 2010, (consultada el 23 de enero de 2014), http://www.monografias.com/usuario/perfiles/mario_garcia_20/monografias.
   [2] José Martí, Obras completas, Editorial de Ciencias Sociales, 1991, T. 19, págs. 391-392.
   [3] Alfons Deeken, Process and Permanence in Ethics: Max Scheler's Moral Philosophy. (New York: Paulist Press, 1974), 10-11.
                 [4] Versión Dios Habla Hoy



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