La
primera pregunta hecha en la Biblia fue la que le hizo Dios a Caín “… ¿Dónde está Abel tu hermano?, Y la
segunda fue la que le hizo Caín a Dios con desdén, “él respondió: No sé. ¿Soy
yo acaso guarda de mi hermano?” (Gén. 4:9). Esta pregunta es
más que un monolito hermético, no se quedó plasmada en las páginas del Génesis
como un testimonio del carácter de un hombre quien no se preocupó por su
hermano. En sí su respuesta es una de desdén y despreocupación por su prójimo.
Cuando
esto sucede, el
principio de la alteridad (el otro) que el filósofo Emmanuel Lévinas enseña es
violado. En Ética filosófica de Emmanuel Lévinas en obra Totalidad e infinito, Mario García ha
escrito una síntesis sobre esta filosofía del otro. Él dice:
Lévinas observa que los filósofos occidentales habían creado una filosofía preocupada por
el ser (la esencia) e ignorando al otro (sujeto). Olvidaron el valor de la persona, sus sentimientos, su dignidad, etc. Sin embargo, nuestro autor advirtió que a causa de
esta filosofía habíamos conseguido más aspectos negativos que positivos. Es
decir nos condujeron a una sociedad donde lo más importante era el ser, el ego cartesiano y
el ensimismamiento. Dicho de otra manera crearon un mundo con violencia, egoísmo, individualismo, donde el que sobrevive es el
más fuerte, e ignoraron los aspectos básicos de carácter ético.[1]
El relato de Caín
y Abel tiene una profundidad insólita. Nos hace cuestionar que implicaciones
morales puede surgir de este mal. Tal parece que venció el mal sobre el bien y
hubo una sublevación de lo malo contra lo bueno. Nos parece como una conquista
del mal. Pone realmente en perspectiva la condición humana e ilustra el paralelismo
que existe entre la realidad de la sociedad en que vivimos. Nuestra sociedad
se ha desviado de los principios o valores judeo-cristianos y se ha abarrotado
hacia una moral relativista donde cualquier cosa va; una sociedad más permisiva
y pluralista que descuenta a Dios y agrede a su hermano sin justicia. Se ha
olvidado del mandamiento, “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Marcos 12:31).
Bien advirtió José Martí, “Un pueblo irreligioso morirá, porque nada en el
alimenta la virtud. Las injusticias humanas disgustan de ella; es necesario que
la justicia celeste la garantice.”[2]
¿Por qué Caín se erige como asesino de
su hermano? ¿Cuáles son sus motivos inconscientes? ¿Carecía Caín de la
inclinación de hacer el bien? O sea, ¿no
actuó de acuerdo al deber de hacer el
bien? Este es el principio que enseña Kant,
que el deber es la fuerza motriz de nuestra moral. Por otra parte, Max Scheler postulaba que el hombre es formado y moldeado
en su conducta y ser moral más,
siguiendo el ejemplo que siguiendo normas.[3] El deber y el ejemplo son conceptos aprendidos en el
desarrollo de la personalidad. Si lo
miramos de este punto, entonces obviamente,
podemos decir que hubo una falta fundamental en la formación moral de Caín. ¿Podemos inferir que Caín no se le enseñó
deberes y no hubo buenos ejemplos en su vida?
Cuando queremos explicar la falla en el carácter de Caín,
según Kant y Scheler, podemos decir que el carecía de la inclinación de hacer
el bien (Kant) o que carecía de ejemplos que formaran su carácter (Scheler). Si
es así, Caín actuaba de acuerdo a un instinto egoísta que lo movía a obtener lo
que quería sin impórtale como. Si este fuera el caso, Dios no podía juzgarlo
por el crimen que había cometido ya que nadie le enseñó el deber y ni le dio un
ejemplo consecuente. Pero este no es el caso porque Caín, primeramente, cuando
Dios le pregunta dónde está su hermano, su respuesta es una mentira ya que
contestó, “No sé”. Él sabía dónde estaba
su hermano. Luego al ser confrontado por
Dios el reconoció su mal, “Y dijo Caín a Jehová: Grande es mi castigo para ser
soportado” (Gén. 4:13). Juan en su primera carta nos dice que Caín “era del
maligno” y “sus obras eran malas” (1 Juan 3:12) y Judas nos dice que era “corrupto”
(Judas 11). Ambas
condiciones son reflejos de su carácter malévolo. En su libre albedrío optó por
seguir el camino que él quiso. Quiérase decir que el pecado en él era su señor.
Dios le dijo, “el pecado está esperando el momento de
dominarte”[4]
(Gen. 4:7).
La historia de Caín no nos habla de la
condición moral de un hombre, sino de la condición moral de la humanidad en
general. Esta historia implica la cuestión del lazo social que existe en el
concepto mismo de “fraternidad”, o sea, de comunidad “fraternal”, que nos evoca
la relación entre estos hermanos que son representativos de la relación existente
de los seres humanos en sociedad. Nos presenta un nefasto acto singular en los
albores de la humanidad. Un acto que se ha multiplicado geométricamente hasta
formar un derramamiento de sangre inocente que nos hace cómplices y no está
ajeno a la justicia de Dios.
La historia
evidencia esta condición interna del hombre que no se acata al mandamiento “no
matarás” y actúa controlado por su concupiscencia en detrimento de toda la
humanidad. Llora el alma inocente al ver
las injusticias perpetradas en contra del débil e indefenso. En nuestra
historia contemporánea hay una gama de figuras que derramaron su sangre por
amor y no como un acto criminal en contra de la humanidad. Figuras como José
Martí, Gandhi, Martin Luther King, Jr.,
por mencionar algunos. Los nombres
llenan volúmenes. Más sobre todo este listado de mártires sacrificados en el
altar del sacrificio por su hermano sobresale Jesucristo. El hombre inocente
quien extendió sus brazos voluntariamente y abrió sus manos prodigas en un acto
incomparable de amor y derramó sangre inocente que nos lava de la condición que
roba la dignidad y atrofia la imagen de Dios en nosotros. Un acto de sacrificio
que invirtió el logro del mal sobre el bien y vino a exaltar bien sobre el mal.
El salmista
implora a Dios, “Hazme justicia, oh Dios, y defiende mi causa contra una nación
impía; líbrame del hombre engañoso e injusto” (Salmo 43:1). La justicia ha dado su veredicto en contra de
la humanidad culpable y el juicio se llevará a cabo en la corte suprema del
gran Dios quien juzgara justamente. El
gran apóstol nos advierte, “… el cual pagará
a cada uno conforme a sus obras: vida eterna a los que, perseverando en bien
hacer, buscan gloria y honra e inmortalidad, pero ira y enojo a los que son
contenciosos y no obedecen a la verdad, sino que obedecen a la injusticia…”
(Rom. 2:6-8).
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